A nadie le gustan los cambios. El ser humano por naturaleza desarrolla una resistencia innata al cambio. Para romper esa resistencia es importante mostrarle unas claras ventajas que motiven la decisión de cambiar.
Las ventajas deberían ser muy claras para convencernos que este es el momento oportuno para revolucionar el recibo de más de 27 millones de consumidores.
El sector lleva casi dos años preparándose a la entrada en vigor de las nuevas tarifas eléctricas. Pero al llegar el momento de la puesta en marcha, seguimos todos preocupados.
Preocupados por el momento económico y social que estamos viviendo. Preocupados por la senda marcadamente alcista del mercado eléctrico y de sus fundamentales. Preocupados por el impacto que el nuevo marco regulatorio tendrá para consumidores, empresas y, cómo no, para todos los que trabajamos para crear valor en el sector.
En cambio el gobierno ha encontrado una solución sencilla: pasarle la pelota a las comercializadoras. Y como si no fuera suficiente, los medios de comunicación no dejan de repetir que el recibo de la luz se va a abaratar. (Te puede interesar este artículo. «Entender la nueva factura eléctrica»)
Por lo tanto, le tocará a esas empresas tan malas, las comercializadoras, soportar el peso del cambio. Como si su reputación no fuera lo suficientemente mala, tan solo por enviar un recibo cada mes.
Quejas de clientes, posibles errores de conversión en los precios, variaciones en el circulante, inversión en herramientas analíticas y en programas informáticos robustos. Con razón a nadie del sector le gustan los cambios.
¿Estamos preparados para la transición energética?
Nos cuentan que el objetivo de la regulación es descongestionar la red en horas de repunte de demanda para mover consumo hacia las horas valle. Y como arte de magia, llevamos dos meses registrando precios récord a todas las horas del día.
Está claro que el mercado no tiene la madurez suficiente para acompañar la transición energética. El sistema marginalista sigue en manos de los grandes grupos empresariales verticalmente integrados. Y esto deja demasiado espacio para la especulación.
La competitividad de comercializadoras pequeñas y medianas se ve significativamente limitada. Se requieren muchas inversiones, tanto a nivel tecnológico como comercial. A todo esto hay que sumar la enorme capacidad financiera que se necesita en momentos alcistas de mercado.
Comisiones a canales comerciales en las nubes, ratios de impagados crecientes, nuevas reglas de mercado y procesos operativos a tener en cuenta.
El esfuerzo parece mayor que el beneficio. Sin embargo, se incrementa el número de comercializadoras, asesores y comerciales.
Con razón a nadie le gusta este cambio.